miércoles, 9 de julio de 2008

El PGLA según Don Francisco Gómez Antón *


El Programa de Graduados Latinoamericanos (PGLA) ....si mal no recuerdo... comenzó en 1972 y se impartió hasta 1990; que me tocó dirigirlo desde 1975; que fue el programa estrella de la Facultad durante los dieciocho años que duró; que cobró enseguida un gran prestigio en los medios periodísticos y académicos americanos; que sus graduados organizaron cuatro Encuentros Internacionales; que contribuyó decisivamente al desarrollo de las relaciones y servicios de la Facultad en toda América; y que muchos siguen todavía en contacto con ella y entre sí.

Dicho esto, lo normal sería que alguien preguntara: ¿Y qué más? O, si fuera colombiano: ¿Qué tal?, ¿cómo amaneció?, ¿qué hubo?, ¡como le fue?...¡y qué máaas?).Por si ocurriera, ahí va lo que sigue.

Aktion Adveniat

El PGLA se estableció a instancias de la Fundación alemana Aktion Adveniat, que financia cada año un número considerable de programa de ayuda a América Latina (gracias –por cierto- a la generosidad de los católicos, cuyo donativos navideños son sus únicos ingresos). En 1971 los directivos de la Fundación, conscientes de la importancia de los medios de comunicación en el proceso de evolución social, decidieron promover un nuevo programa, específicamente destinado el perfeccionamiento de profesionales de la información latinoamericanos.

Por razones obvias, tendría que impartirse en español. Pero montarlo en un país americano, cualquiera que fuere, podría despertar recelos en los demás. Por lo tanto, habría que realizarlo en algún lugar de España. Y la elección recayó en la Universidad de Navarra. En teoría, había otras opciones; porque en 1971 se habían fundado las dos primeras Facultades estatales de Ciencias de la Información, en las universidades de Madrid y Barcelona. Pero recién nacidas como estaban, carecían de experiencia. En cambio, la de Navarra llevaba ya trece años dedicada al análisis científico del fenómeno informativo y a la formación académica integral de profesionales de los medios, y tenía un prestigio indiscutible en España y fuera de ella.

Los acuerdos con Adveniat se establecieron para cinco años, renovables indefinidamente. A la sazón, era decano de la Facultad, Alfonso Nieto. La Fundación dotaría cada año 25 becas como máximo, que cubrirían los gastos de viaje, matrícula y ordinarios de los participantes. La Facultad los seleccionaría, y se encargaría de diseñar, organizar e impartir el Programa, en estrecho contacto con la Fundación. En honor a la verdad, hay que decir que el director de Adveniat, monseñor Emil Stehle, dejó siempre a la Facultad las manos libres , confiando en su pericia. Y que, gracias a ello, el Programa fue mejorando al paso que aumentaba su experiencia, sin intromisión de factores extra-académicos.

400 profesionales de 13 países

Lo cursaron cuatrocientos profesionales exactamente, de 13 países: México, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. Cada año presentaban sus solicitudes unos 350 candidatos. La Comisión de admisiones preseleccionaba 120, mas o menos. A los preseleccionados les entrevistaba en sus países respectivos el director o algún otro profesor del Programa. Y a su regreso se procedía a la selección final, con participación del director de Adveniat, que solía ratificarla sin más.
Los viajes de selección eran maratonianos. Quince años seguidos (acompañados en algunos de ellos por Aires Vaz, Esteban López-Escobar, Carlos Soria o Manuel Casado), recorrí en cuatro o cinco semanas el continente de punta a punta, haciendo unas veinte escalas: dieciséis fijas, salvo excepciones (Sao Paulo, Asunción, Montevideo, Buenos Aires, Córdova, Santiago de Chile, Lima, Piura, La Paz, Quito, Bogotá, Medellín, San José de Costa Rica, Guatemala, México D.F. y Monterrey), y cuatro o cinco más, variables según los casos (Río de Janeiro, Belo Horizonte, Brasilia; Santa Rosa, Rosario, Mendoza; Valparaíso, Santa Cruz de la Sierra, Guayaquil, Cali, Panamá, Guadalajara, Mexicali…).

Además de las entrevistas de la selección, la agenda incluía con frecuencia otros quehaceres (visitas a medios de comunicación, ruedas de prensa, conferencias); y siempre, lo más esperado y grato; el reencuentro con los exalumnos del Programa hasta altas horas de la noche. De manera que estos viajes eran por principio un cocktail de actividades varias, con fuertes sobredosis de vigilias, madrugones, esperas de aeropuerto, vuelos con o sin sorpresa (mas bien con), cambios continuos de clima y altitud, comidas inusuales y preferiblemente picantes, e incidentes imprevisibles. Pero la verdad es que ni me enteraba; recuperaba en los vuelos los retrasos de sueño; ni siquiera podía imaginar lo que era el célebre jel-lag; cambiaba en un plis plás la clavija mental para adaptarme al ritmo del entorno; y no recuerdo haber tenido nunca problema alguno de salud, ni por las comidas ni por nada. ¡Cómo cambian los tiempos!

Aunque no había cupos por países y teóricamente todos los becarios podían proceder del mismo, las becas de cada año se repartían entre siete u ocho. Porque la convivencia con colegas de países y mentalidades diferentes durante seis meses dedicados al estudio y al intercambio de experiencias u opiniones diluía los prejuicios, facilitaba la comprensión mutua, neutralizaba las rivalidades crónicas entre vecinos, y consolidaba la amistad de unos con otros.

Diversidad grande y mutifacética

La diversidad enriquece, si se asume debidamente. Y en el PGLA era tan grande y multifacética, que la taxonomía convencional saltaba hecha pedazos al describirla. Ejemplo límite. En 1984, al comenzar el ciclo de lecciones que impartían cada año dos directivos del Miami Herald , pidieron, para orientarse, que alguien les explicara la composición del grupo. Tomó la palabra una alumna mexicana, y dijo con toda naturalidad:
-Somos 25 en total: 3 casados, 7 hombres, 4 brasileños, 10 mujeres y Salvador Guajardo.
¡Eso es calar fino en los matíces!..¿o no?

El PGLA comenzaba el 15 de enero, en pleno invierno y, a veces, con un palmo de nieve. De repente, la Facultad cobraba un tinte peculiar. Los estudiantes contemplaban, divertidos, la sobrecarga de pellizas y bufandas de sus nuevos compañeros, de habla suave y cantarina. Manolo , camarero entonces del Faustino, se regocijaba con la forma colombiana de pedir café: <>. La secretaria del Programa se quedaba muda ante preguntas como: <<¿Dónde puedo motilar (cortar el pelo) al niño?>>¿Cuánto cuesta un poyo pa-yevá? (pollo para llevar)?>>, <<¿Me puedes conseguir un porro (porrón)?>>, ¿A qué hora sale la liebre (autobus) a San Sebastián?>>. Y a los profesores del PGLA (y quizás más que a nadie a Miguel Urabayen) se les notaba en la cara lo satisfactorio que resulta trabajar con profesionales motivados, maduros y responsables.

360 horas de clase

Como el programa duraba sólo cinco meses y medio, requería dedicación intensiva. Los alumnos tenían 360 horas de clase (cuatro diarias, de lunes a viernes, durante 18 semanas); y destinaban al menos otras tantas a la elaboración de un estudio o proyecto, sobre el tema elegido por cada uno para asentar las bases de su ascenso profesional. La asistencia a las clases era masiva; los alumnos despachaban semanalmente con sus asesor respectivo; y al finalizar el programa, presentaban sus proyectos ante un tribunal de evaluación. La verdad es que la mayor parte de los proyectos eran muy buenos. Pero un brasileño excelente tuvo la mala suerte de que, mientras presentaba el suyo sufriera un infarto el presidente del tribunal, Ángel Faus. Durante años, tuvo que soportar las bromas de sus compañeros.

A la carga de trabajo se sumaban otras exigencias. Aunque las becas cubrían decorosamente las necesidades básicas, no daban de sí para otros gastos, de modo que había de apañarse con lo justo. Los alumnos de países tropicales pasaban tanto frío, que decían que en Pamplona había dos estaciones solamente: el invierno…y la del ferrocarril. Echaban en falta las comidas de sus tierras de origen (bifes de chorizo, dulce de leche, paltas, pisco, feijoada, mangos, chiles, carnitas con todo), aunque acababan aficionándose -¡que remedio!- a los pinchos de tortilla, por ejemplo. Acostumbrados como estaban a almorzar a las doce o doce y media, llegaban desfallecidos al final de las mañanas. Desde luego, terminaban comprendiendo que los españoles no hablamos como hablamos porque estemos enfadados, sino que aunque nos encontremos tan contentos como un tonto con un silbo. Pero mientras tanto iban de susto en susto: <>, <>.

Pese a todo, los participantes estaban encantados con su vuelta a las aulas y el revival de sus años estudiantiles. Además, el Programa incluía dos viajes de estudio: uno a Madrid y el otro a París y Londres (o Bruselas). Poca cosa, para tantas que merecen verse en la vieja Europa. Pero la mayoría de los alumnos se las componían para conocerla un poco más , antes de su regreso. Sobre todo, cuando venían predeterminados a encontrar sus raíces familiares dondequiera que estuvieran. En cualquier caso, uno de los aspectos del Programa más apreciado en las encuestas anuales de evaluación era, precisamente, que se desarrollara en Europa. Porque, para muchos, era al primer contacto directo con los orígenes de su cultura.

Objetivos del PGLA

Por otra parte, el Programa perseguía ( con bastante éxito, por cierto) tres objetivos fundamentales: 1) Actualizar los conocimientos y métodos de trabajo de los participantes, mediante el análisis de experiencias punteras y tendencias globales del sector informativo. 2) Ayudarles a asumir las exigencias deontológicas de la profesión, indispensable para su realización personal y el progreso de la sociedad. 3) Orientarles en la elaboración del proyecto más adecuado para su ascenso profesional inmediato.

De hecho estos ascensos se producían casi como regla general; lo cual reforzaba gradualmente el prestigio del Programa en los medios… y la solidaridad de los participantes con los demás de todas las promociones: <> se sentían unidos, por encima del tiempo y las fronteras.

Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la permanencia de sus vínculos afectivos (y efectivos) con la Facultad. Gran parte de los exalumnos seguían en contacto con ella, colaboraban con ella como podían , volvían en cuanto tenían oportunidad de hacerlo… y se volcaban atendiendo en sus países a los profesores del Programa. Viajé muchas veces por América con colegas norteamericanos y europeos. Y siempre vi que les dejaba atónitos la cordialidad de nuestros reencuentros con los exalumnos del PGLA en todas partes. Porque consideraban que no era normal, dada la brevedad del Programa y los años transcurridos desde que lo cursaron.

* Tomado de la obra “Desmemorias” de Francisco Gómez Antón, EUNSA, abril de 2002, paginas 195 a 201

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