sábado, 13 de junio de 2009

PGLA, “programa estrella” de la Facultad de Comunicación de la UNAV

El concepto pertenece al querido maestro y amigo Francisco Gómez Antón, quien durante gran parte de las casi dos décadas que duró el Programa de Graduados Latinoamericanos (PGLA), tuvo un destacado rol en su organización y desarrollo para beneficio de 400 profesionales de la comunicación de 13 países de la región.

La opinión de FGA la he encontrado al releer ese delicioso opúsculo titulado “Desmemorias” que EUNSA publicó en 2002 con la firma del maestro, dos años después de su jubilación. El texto apareció parcialmente en este blog hace un año, pero ahora se lo reimprime tras cumplir la Fcom sus primeros 50 años de vida.

Es que el PGLA de la Fcom, sin duda, marcó la vida como periodistas de muchos de nosotros. En el caso particular me “sobrevino” el PGLA luego de más de una década de trabajar en medios de comunicación de Ecuador. Tras retornar de España, casi en seguidilla, me ficharon primero EFE y luego la prestigiosa REUTERS en la que laboré por casi tres lustros.

EL PGLA nos “mostró mundo” algunos de cuyos vericuetos recorrimos, actualizó los conocimientos periodísticos adquiridos en la Universidad, nos hizo entrar en contacto con profesionales de otros rumbos y nos permitió avizorar lo que se venía y que ahora impera: el sensacional desarrollo de las tecnologías de comunicación e información.

El profesor Carlos Barrera, en su ampliamente documentada historia de la Fcom, al referirse al PGLA, alude con insistencia al texto de Don Francisco que consta en sus “Desmemorias” entre las páginas 195 y 207, por lo que lo vuelvo a transcribir a continuación, ahora en forma completa, subtítulos incluidos, por si alguien desea divertirse leyéndolo.

El “programa estrella”

El Programa de Graduados Latinoamericanos (PGLA) ....si mal no recuerdo... comenzó en 1972 y se impartió hasta 1990; que me tocó dirigirlo desde 1975; que fue el programa estrella de la Facultad durante los dieciocho años que duró; que cobró enseguida un gran prestigio en los medios periodísticos y académicos americanos; que sus graduados organizaron cuatro Encuentros Internacionales; que contribuyó decisivamente al desarrollo de las relaciones y servicios de la Facultad en toda América; y que muchos siguen todavía en contacto con ella y entre sí.

Dicho esto, lo normal sería que alguien preguntara: ¿Y qué más? O, si fuera colombiano: ¿Qué tal?, ¿cómo amaneció?, ¿qué hubo?, ¡como le fue?...¡y qué mááás?).Por si ocurriera, ahí va lo que sigue.

Aktion Adveniat

El PGLA se estableció a instancias de la Fundación alemana Aktion Adveniat, que financia cada año un número considerable de programa de ayuda a América Latina (gracias –por cierto- a la generosidad de los católicos, cuyo donativos navideños son sus únicos ingresos). En 1971 los directivos de la Fundación, conscientes de la importancia de los medios de comunicación en el proceso de evolución social, decidieron promover un nuevo programa, específicamente destinado el perfeccionamiento de profesionales de la información latinoamericanos.

Por razones obvias, tendría que impartirse en español. Pero montarlo en un país americano, cualquiera que fuere, podría despertar recelos en los demás. Por lo tanto, habría que realizarlo en algún lugar de España. Y la elección recayó en la Universidad de Navarra. En teoría, había otras opciones; porque en 1971 se habían fundado las dos primeras Facultades estatales de Ciencias de la Información, en las universidades de Madrid y Barcelona. Pero recién nacidas como estaban, carecían de experiencia. En cambio, la de Navarra llevaba ya trece años dedicada al análisis científico del fenómeno informativo y a la formación académica integral de profesionales de los medios, y tenía un prestigio indiscutible en España y fuera de ella.

Los acuerdos con Adveniat se establecieron para cinco años, renovables indefinidamente. A la sazón, era decano de la Facultad, Alfonso Nieto. La Fundación dotaría cada año 25 becas como máximo, que cubrirían los gastos de viaje, matrícula y ordinarios de los participantes. La Facultad los seleccionaría, y se encargaría de diseñar, organizar e impartir el Programa, en estrecho contacto con la Fundación. En honor a la verdad, hay que decir que el director de Adveniat, monseñor Emil Stehle, dejó siempre a la Facultad las manos libres , confiando en su pericia. Y que, gracias a ello, el Programa fue mejorando al paso que aumentaba su experiencia, sin intromisión de factores extra-académicos.

400 profesionales de 13 países

Lo cursaron cuatrocientos profesionales exactamente, de 13 países: México, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. Cada año presentaban sus solicitudes unos 350 candidatos. La Comisión de admisiones preseleccionaba 120, mas o menos. A los preseleccionados les entrevistaba en sus países respectivos el director o algún otro profesor del Programa. Y a su regreso se procedía a la selección final, con participación del director de Adveniat, que solía ratificarla sin más.

Los viajes de selección eran maratonianos. Quince años seguidos (acompañados en algunos de ellos por Aires Vaz, Esteban López-Escobar, Carlos Soria o Manuel Casado), recorrí en cuatro o cinco semanas el continente de punta a punta, haciendo unas veinte escalas: dieciséis fijas, salvo excepciones (Sao Paulo, Asunción, Montevideo, Buenos Aires, Córdova, Santiago de Chile, Lima, Piura, La Paz, Quito, Bogotá, Medellín, San José de Costa Rica, Guatemala, México D.F. y Monterrey), y cuatro o cinco más, variables según los casos (Río de Janeiro, Belo Horizonte, Brasilia; Santa Rosa, Rosario, Mendoza; Valparaíso, Santa Cruz de la Sierra, Guayaquil, Cali, Panamá, Guadalajara, Mexicali…).

Además de las entrevistas de la selección, la agenda incluía con frecuencia otros quehaceres (visitas a medios de comunicación, ruedas de prensa, conferencias); y siempre, lo más esperado y grato; el reencuentro con los exalumnos del Programa hasta altas horas de la noche. De manera que estos viajes eran por principio un cocktail de actividades varias, con fuertes sobredosis de vigilias, madrugones, esperas de aeropuerto, vuelos con o sin sorpresa (mas bien con), cambios continuos de clima y altitud, comidas inusuales y preferiblemente picantes, e incidentes imprevisibles. Pero la verdad es que ni me enteraba; recuperaba en los vuelos los retrasos de sueño; ni siquiera podía imaginar lo que era el célebre jel-lag; cambiaba en un plis plás la clavija mental para adaptarme al ritmo del entorno; y no recuerdo haber tenido nunca problema alguno de salud, ni por las comidas ni por nada. ¡Cómo cambian los tiempos!

Aunque no había cupos por países y teóricamente todos los becarios podían proceder del mismo, las becas de cada año se repartían entre siete u ocho. Porque la convivencia con colegas de países y mentalidades diferentes durante seis meses dedicados al estudio y al intercambio de experiencias u opiniones diluía los prejuicios, facilitaba la comprensión mutua, neutralizaba las rivalidades crónicas entre vecinos, y consolidaba la amistad de unos con otros.

Diversidad grande y mutifacética

La diversidad enriquece, si se asume debidamente. Y en el PGLA era tan grande y multifacética, que la taxonomía convencional saltaba hecha pedazos al describirla. Ejemplo límite. En 1984, al comenzar el ciclo de lecciones que impartían cada año dos directivos del Miami Herald , pidieron, para orientarse, que alguien les explicara la composición del grupo. Tomó la palabra una alumna mexicana, y dijo con toda naturalidad:

-Somos 25 en total: 3 casados, 7 hombres, 4 brasileños, 10 mujeres y Salvador Guajardo.

¡Eso es calar fino en los matíces!..¿o no?

El PGLA comenzaba el 15 de enero, en pleno invierno y, a veces, con un palmo de nieve. De repente, la Facultad cobraba un tinte peculiar. Los estudiantes contemplaban, divertidos, la sobrecarga de pellizas y bufandas de sus nuevos compañeros, de habla suave y cantarina. Manolo , camarero entonces del Faustino, se regocijaba con la forma colombiana de pedir café: <>. La secretaria del Programa se quedaba muda ante preguntas como: <<¿Dónde puedo motilar (cortar el pelo) al niño?>>¿Cuánto cuesta un poyo pa-yevá? (pollo para llevar)?>>, <<¿Me puedes conseguir un porro (porrón)?>>, ¿A qué hora sale la liebre (autobús) a San Sebastián?>>. Y a los profesores del PGLA (y quizás más que a nadie a Miguel Urabayen) se les notaba en la cara lo satisfactorio que resulta trabajar con profesionales motivados, maduros y responsables.

360 horas de clase

Como el programa duraba sólo cinco meses y medio, requería dedicación intensiva. Los alumnos tenían 360 horas de clase (cuatro diarias, de lunes a viernes, durante 18 semanas); y destinaban al menos otras tantas a la elaboración de un estudio o proyecto, sobre el tema elegido por cada uno para asentar las bases de su ascenso profesional. La asistencia a las clases era masiva; los alumnos despachaban semanalmente con sus asesor respectivo; y al finalizar el programa, presentaban sus proyectos ante un tribunal de evaluación. La verdad es que la mayor parte de los proyectos eran muy buenos. Pero un brasileño excelente tuvo la mala suerte de que, mientras presentaba el suyo sufriera un infarto el presidente del tribunal, Ángel Faus. Durante años, tuvo que soportar las bromas de sus compañeros.

A la carga de trabajo se sumaban otras exigencias. Aunque las becas cubrían decorosamente las necesidades básicas, no daban de sí para otros gastos, de modo que había de apañarse con lo justo. Los alumnos de países tropicales pasaban tanto frío, que decían que en Pamplona había dos estaciones solamente: el invierno…y la del ferrocarril. Echaban en falta las comidas de sus tierras de origen (bifes de chorizo, dulce de leche, paltas, pisco, feijoada, mangos, chiles, carnitas con todo), aunque acababan aficionándose -¡que remedio!- a los pinchos de tortilla, por ejemplo. Acostumbrados como estaban a almorzar a las doce o doce y media, llegaban desfallecidos al final de las mañanas. Desde luego, terminaban comprendiendo que los españoles no hablamos como hablamos porque estemos enfadados, sino que aunque nos encontremos tan contentos como un tonto con un silbo. Pero mientras tanto iban de susto en susto: “Parece que don fulano esta bravo”, “No se enoje don Fransisco, que del afán no queda sino el cansansio”. (sic)

Pese a todo, los participantes estaban encantados con su vuelta a las aulas y el revival de sus años estudiantiles. Además, el Programa incluía dos viajes de estudio: uno a Madrid y el otro a París y Londres (o Bruselas). Poca cosa, para tantas que merecen verse en la vieja Europa. Pero la mayoría de los alumnos se las componían para conocerla un poco más , antes de su regreso. Sobre todo, cuando venían predeterminados a encontrar sus raíces familiares dondequiera que estuvieran. En cualquier caso, uno de los aspectos del Programa más apreciado en las encuestas anuales de evaluación era, precisamente, que se desarrollara en Europa. Porque, para muchos, era al primer contacto directo con los orígenes de su cultura.

Objetivos del PGLA

Por otra parte, el Programa perseguía (con bastante éxito, por cierto) tres objetivos fundamentales: 1) Actualizar los conocimientos y métodos de trabajo de los participantes, mediante el análisis de experiencias punteras y tendencias globales del sector informativo. 2) Ayudarles a asumir las exigencias deontológicas de la profesión, indispensable para su realización personal y el progreso de la sociedad. 3) Orientarles en la elaboración del proyecto más adecuado para su ascenso profesional inmediato.De hecho estos ascensos se producían casi como regla general; lo cual reforzaba gradualmente el prestigio del Programa en los medios… y la solidaridad de los participantes con los demás de todas las promociones: “los PGLA´s” se sentían unidos, por encima del tiempo y las fronteras.

Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la permanencia de sus vínculos afectivos (y efectivos) con la Facultad. Gran parte de los exalumnos seguían en contacto con ella, colaboraban con ella como podían, volvían en cuanto tenían oportunidad de hacerlo… y se volcaban atendiendo en sus países a los profesores del Programa. Viajé muchas veces por América con colegas norteamericanos y europeos. Y siempre vi que les dejaba atónitos la cordialidad de nuestros reencuentros con los exalumnos del PGLA en todas partes. Porque consideraban que no era normal, dada la brevedad del Programa y los años transcurridos desde que lo cursaron.

Sin embargo era explicable. Cuando los alumnos llegaban a la Facultad, se les aclaraba que el PGLA se desarrollaría en dos fases: la primera, en Pamplona durante seis meses escasos, la segunda, donde cada cual estuviera el resto de su vida. La aclaración no era retórica, expresaba un propósito fundamental del Programa: facilitar en la medida de lo posible la formación continua de los graduados; o, al menos, mantener vivos en ellos los principios inspiradores del PGLA. Por eso, se dedicó desde el principio tanta atención a la segunda fase como a la primera; o incluso más, porque era más difícil. Y el sistema funcionó bastante bien.

Al paso de los años, se fueron estableciendo en toda América Delegaciones del PGLA, integradas por tres o cuatro e los ex-alumnos que se reunían periódicamente, estaban en contacto continuo con la dirección del Programa, y hacían de puente entre ella y sus compañeros.

Los cometidos fundamentales de las Delegaciones eran ocho:

1) Mantener al día los datos de todos los graduados en su demarcación: dirección postal, ocupación…y, en su caso, nombre del cónyuge y sus hijos, y fecha de nacimiento de éstos (el PGLA rebasaba intencionalmente el ámbito profesional). Los datos se recopilaban en Pamplona, y se enviaban a todos…cuando se podían buenamente: por aquel entonces no había Internet, y resultaba muy trabajoso hacerlo. Pero así se mantenía fresco el rastro de la inmensa mayoría de los ex-alumnos.

2) Enviar regularmente a Pamplona noticias de todos ellos por nimias que parecieran, para la Carta Circular que se cursaba desde aquí cada tres o cuatro meses. Era una especie de “Faustino”, pero en pobre y sin Vidal-Quadras. Sin embargo, tenía un éxito enorme; porque, cuando el afecto anda por medio, nada es insignificante.

3) Convocar a los demás a las tertulias radiofónicas, en los días y horas señalados desde Pamplona. Las iniciamos en diciembre de 1979. La idea fue de un argentino cordobés, Jorge Adino de Bernardo, radioaficionado furibundo y expertísimo. Como todos ellos se conocen (aunque sea solo por las siglas de sus estaciones, y a base de repetir “corto y cambio”, “¿me copias?”, y frases similares), fue fácil de organizar una red panamericana de radioaficionados colaboradores del PGLA, en cuyas casas se reunían los ex-alumnos cuando salíamos al aire. Lo hacíamos cada tres o cuatro meses. Y en el invierno tenía un éxito enorme.

4) Hacer llegar, a todos y cuanto antes, los documentos e informaciones que se les enviaban, sobre becas de postgrados, viajes de estudio, congresos, ofertas de trabajo en otros países, etc. No eran muchos, pero si interesantes.

5) Seleccionar posibles colaboradores, preferiblemente graduados del PGLA, para los trabajos de investigación comparativa que la Facultad fuera poniendo en marcha con ayudas externas. La Tinker Foundation , de New York , financió los primeros; y la ayuda de los colaboradores fue determinante.

6) Promover solicitudes de asesoramiento de la Facultad a empresas e instituciones profesionales o académicos del sector informativo, y proponer posibles colaboradores para esas tareas. La eficacia de los graduados del PGLA a este respecto fue decisiva, como ya se ha dicho repetidamente.

7) Promover candidatos para el PGLA entre profesionales de valía, preparar a los seleccionados para facilitar su integración en el Programa, y acogerlos a su regreso. De hecho las candidaturas mejores llegaron por esta vía; y el arropamiento de los delegados, antes y después del Programa, fue muy efectiva.

8) Organizar cada cuatro años un Encuentro Internacional del PGLA, pero abierto a profesionales ajenos al Programa, con tres objetivos: analizar problemas vivos de interés general, en un marco pluralista; establecer la agenda cuatrienal del PGLA; y ampliar las bases de actuación de sus graduados. Organizaron cuatro Encuentros.

El Encuentro de Medellín

El primero se celebró en 1981 en Medellín, capital de Antioquia y patria de los paisas, gente de rompe y rasga, tenaz y emprendedora, que demuestra con hechos que la eficacia es compatible con el clima tropical… sobre todo, en las mujeres. Por aquel entonces eran mujeres precisamente todos los “PGLAs” de Medellín: diez amigas, con peso en la ciudad.

Una de ellas, Carmen Victoria Restrepo, había sido varios años secretaria de Programa, mientras cursaba el doctorado en Pamplona. Y la llamé:

─ ¿Os atreveríais a organizar el primer Encuentro?

Eran allí las tantas de la noche, y Carmen Victoria estaba semiaturdida por lo intempestivo de la hora a que le había sacado de la cama. Pero espabiló en el acto:

─ ¡Eh, Avemaría, pues!, ¡por supuesto!

Dicho y hecho. En cuanto se levantó convocó a las otras nueve, se pusieron las pilas, trabajaron sin descanso durante meses, consiguieron ayudas de todo tipo… y el Encuentro se celebró en un marco incomparable: el orquidiario del Jardín Botánico de la ciudad. Visto el éxito, se decidió en la sesión de clausura que las paisas plasmaran por escrito su experiencia y la transmitieran a los chilenos, que organizarían el siguiente Encuentro.

El Encuentro de Viña del Mar

El escenario del segundo fue Viña del Mar, a orillas del Pacífico (que, por cierto, no parece serlo tanto como sugiere su nombre). Se celebró en 1985, en un hotel copado a tal efecto. Para entonces ya habían pasado por el PGLA casi treinta chilenos, y su colaboración fue muy apreciable. Pero nada habría salido tan bien como salió, de no ser por el pequeño equipo capitaneado en tandem por dos mujiereh reegiah (sic): María José Lecaros e Isabel Seguel.

El director de la publicación en que ésta trabajaba le había consentido dedicar horas y horas al Encuentro, sin darse por enterado. Y al agradecérselo en nombre del Programa, replicó:
─ Soy yo quien debe estar agradecido, por el esfuerzo que nos ahorra el PGLA. Cuando necesitamos información urgente y fiable de cualquier país de América, la Isabel saca su libreta de direcciones de exalumnos del Programa, hace un par de llamadas, y la obtiene siempre.

La naturaleza puso la guinda en la tarta. Pocas horas después de la cena de clausura, el hotel fue sacudido por un terremoto de grado seis… y se vació a la carrera. El Encuentro acabó en la jardín, con los asistentes en traje de noche… celebrando el incidente.

El Encuentro de Buenos Aires

Cuatro años mas tarde, en 1989, tuvo lugar el tercer Encuentro, en el Hotel Plaza de Buenos Aires, es decir: en pleno corazón de la despampanante capital porteña. Los puntales de su organización fueron dos padres de familia más que numerosas, Daniel Díez y Guillermo D´Áiello. Contaban con la ventada de la experiencia acumulada en Medellín y Viña….y, sobre todo, con el acicate de que los chilenos habían dejado muy en alto el listón. Así que no se pararon en barras.

El Encuentro fue declarado de interés nacional y municipal, con todas sus (beneficiosas) consecuencias. Se hicieron presentes en la apertura las más altas autoridades del país, una buena docena de embajadores. Los actos fueron transmitidos en directo por la televisión a la nación entera. Asistieron a ellos más de setecientos profesionales, de toda América. Y la sede del Encuentro, engalanada, se convirtió durante unos días en el salón más concurrido de la ciudad. Chapeau…

El Encuentro de Monterrey

El siguiente Encuentro se celebró en Monterrey en 1993. Tres años antes, Adveniat había optado por asignar los recursos del Programa a otros, específicamente dedicados a los medios de comunicación de la Iglesia. De manera que la ultima promoción del PGLA fue la de 1990. Pero como la segunda fase del Programa funcionaba aunque ya no existiera la primera, los regiomontanos convocaron en la fecha prevista el cuarto Encuentro. Su artífice fundamental fue Salvador Guajardo. Los demás, le apoyaron cuanto pudieron. Salio paaadre (sic).

La (espléndida) villa de Adriana Garza fue el refugio de todos, y el marco de tertulias inolvidables. Su marido había descubierto lo mucho que significaba para ella el PGLA cuando preparan su viaje de boda_

─ ¿Te parece bien, cariño, que vayamos a Hawaii?
─ Si, mi amor, pero con una condisión (sic)
─ La que tu quieras, sielo (sic)
─ Que pasemos por Pamplona

En Monterrey, por decisión expresa de los profesores seniors, todas las ponencias fueron presentadas por los juniors, para dejar claro que el relevo generacional de la Facultad no afectaba a sus vínculos con los graduados del PGLA.

Alfonso Sánchez-Tabernero suele decir que en Monterrey descubrió América y quedó enganchado a ella para siempre, fascinado por la magnitud y hondura de la cordialidad de los graduados del PGLA. Y la verdad es que su afecto alcanzó cotas altísimas en multitud de casos. El de Fernando Sevilla es un ejemplo limite, aunque no único.

Fernando Sevilla

Su venida al PGLA en 1977, recién casado, fue el inicio de una gran amistad que mantuvimos por correspondencia desde que regresó a Quito hasta su muerte. Era un hombre bueno, sensible y muy culto. Fue el primero en inscribirse para el Encuentro de Medellín de 1981. Pero pocas semanas antes de que comenzara se sintió mal. Resultó que tenia un cáncer en fase terminal: los médicos le daban dos o tres meses de vida, como máximo.

En cuanto lo supe, reajuste mi agenda y volé a Quito, me abrazó, conmovido de alegría. Estaba consumido, aunque todavía en pie. Nos sentamos frente a frente, y comencé a animarle lo mejor que me lo permitía la emoción. El escuchaba sonriente y en silencio. Y de pronto, me miró como pidiendo permiso para hablar; y con la voz entrecortada de fatiga, comenzó a hacerlo pausada y suavemente. Jamás olvidaré lo que me dijo (y me pidió que dijera a los demás profesores).

Quería que supiéramos que estaba muy tranquilo. Que agradecía mucho a Dios haber aprendido en la Universidad de Navarra, casi sin darse cuenta, a amar la vida, mirar la muerte como simple comienzo de la Vida eterna, y querer a los demás con obras. Que eso le había servido mucho más que todo lo aprendido en su carrera. Que, aunque estaba a punto de morir, no le extrañaba que no le visitaran los profesores de su Facultad, porque probablemente ni le recordaran….pese a que habían coincidido en las aulas cinco años. Que, precisamente por eso, le conmovía que hubiéramos ido a verle, uno tras otro, López-Escobar, Soria y yo, profesores de una Universidad en la que había estado medio año escaso. Y que, por todo ello, la sentía más suya que ninguna otra.

El Programa América

En febrero del 2000, la Facultad presentó oficialmente en Pamplona el Programa América, que seria en cierto modo la prolongación del PGLA. Pero el asunto rebasa el marco de estas Desmemorias…

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